No basta “saber”
Por: Leonardo Piscoya Rivera, profesor de la Carrera de Educación y Gestión de Aprendizaje
A los educadores se nos solicita “saber” varias cosas. Entre ellas destacan la posibilidad de diseñar procesos de aprendizaje, realizar su facilitación utilizando los recursos y tecnologías más apropiadas, evaluar dichos procesos, reflexionar e investigar sobre nuestras prácticas, innovar y generar conocimiento que otras personas puedan utilizar, así como construir relaciones positivas que contribuyan a generar ambientes de aprendizaje y de trabajo en el que todos puedan desarrollar su potencial. Como vemos, ¡una tarea compleja que no sólo requiere tener información, sino estar en capacidad de “saber hacer” y “ser” de un determinado modo!
De esos procesos hay algo debería interesarnos en particular: que para poder realizar innovaciones -por ejemplo, en la manera en que producimos recursos para el aprendizaje-, necesitamos aprender constantemente. Y eso requiere que nosotros mismos desarrollemos habilidades para aprender.
Por lo general, se piensa que los docentes tienen claridad respecto a este proceso porque a eso se dedican, pero no basta con un conocimiento intuitivo; hace falta poder dar razón de las decisiones que se toman. ¿Por qué diseñamos de una determinada manera una sesión? ¿Por qué elegimos un determinado material, medio o recurso? ¿Por qué elegimos un canal y un soporte específico para que otros aprendan? ¿Por qué diseñamos productos y pensamos en determinados desempeños que puedan servir de evidencia que se ha aprendido algo? ¿Por qué algunas de las cosas que pensamos y diseñamos y otras no? Podríamos hacernos decenas de preguntas al respecto, y eso es parte de las habilidades necesarias para aprender.
Reunirnos con otros educadores, compartir experiencias, reflexionar sobre ellas y animarnos a rediseñarlas y adecuarlas a nuestros contextos particulares es una tarea clave. Pero es clave también tener en cuenta que para aprender se necesita estar ‘abiertos’ a esas otras experiencias, algunas de las cuales pueden estar escritas o no. Por eso, necesitamos reunirnos más para acceder a la mirada y la experiencia de otros, para pensar de manera conjunta, para verificar nuestras intuiciones o detectar si actuamos sobre la base de concepciones erróneas que es necesario modificar, en suma, para saber cómo rediseñar nuestras prácticas. Y de eso se trata la experiencia de un Congreso de Educadores: de darnos la posibilidad de recorrer el mismo camino que esperamos que hagan nuestros estudiantes, ¡el del aprendizaje permanente!